Terror en Shelby Oaks

Terror en Shelby Oaks representa la ópera prima de Chris Stuckmann, un popular YouTuber estadounidense que integró la primera camada de críticos de cine independientes en esa plataforma.

Con este proyecto —financiado en una primera etapa por sus seguidores— inició una nueva fase laboral en el campo de la realización cinematográfica.

Stuckmann desarrolló esta propuesta a pulmón, con muy pocos recursos, y la película tomó impulso cuando fue adquirida por la productora Intrepid Pictures, comandada por el cineasta Mike Flanagan (The Haunting of Hill House).

El resultado final es un espectáculo decepcionante para tratarse de una obra gestada por un crítico especializado en la temática de terror y un director que, en teoría, conoce bien el género.

Desconozco el grado de compromiso real de Flanagan, pero queda la impresión de que su vínculo fue testimonial y simplemente prestó su nombre para la difusión del film.

Shelby Oaks ofrece un relato de horror sin personalidad, que trae al recuerdo aquellas producciones genéricas de segunda línea del estudio Blumhouse.

El primer acto se concentra en el subgénero found footage, donde Stuckmann refrita —sin demasiada sutileza— elementos de The Blair Witch Project y Grave Encounters.

La trama presenta a un grupo de investigadores paranormales que desaparecen mientras exploran un pueblo fantasma. Años después, la hermana de una de las integrantes del equipo decide investigar por su cuenta los hechos, y eso dispara un misterio sobrenatural.

Pese a la familiaridad de la premisa, Stuckmann consigue un buen trabajo en el primer acto al establecer la intriga central.
Lamentablemente, luego se desvía del found footage para continuar con una narrativa convencional, y la propuesta se desploma por completo.

Shelby Oaks se convierte en un collage de lugares comunes, donde no faltan los jumpscares previsibles de manual y situaciones sin sentido que el público debe aceptar simplemente porque “así lo determina el guión”.

A esto se suma que el contenido de terror brilla por su ausencia y el final abrupto deja un sabor amargo. El debut de Stuckmann resulta desangelado: una película que no toma riesgos y se aferra demasiado a las fórmulas comerciales que abundan en las plataformas de streaming.

Entre sus virtudes se puede resaltar el trabajo del reparto y la fotografía de Andrew Scott Baird, que aporta algunas ambientaciones interesantes.

Desde lo técnico, al menos ofrece un producto correcto; lo que faltó es un sello autoral que trabajara el material con más personalidad.