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													Live es una película que viene como anillo al dedo 
          a todo esos payasos opinólogos que se desgarran las 
          vestiduras en los medios de comunicación criticando 
          a la televisión como si se tratara de un ente de inteligencia 
          artificial creado por Satán para destruir a la humanidad.
          Los mismos sujetos que también conducen programas espantosos, 
          que ni siquiera miran sus familiares, en el canal estatal 
          simplemente porque son alcahuetes del gobierno de turno. 
          Este estreno que llega a las salas esta semana presenta una 
          mirada apocalíptica sobre la pantalla chica y el género 
          del reality show.
          El problema es que es muy difícil plantear un debate 
          sobre la falta de límites morales en la tele y la ética 
          partir de un film que presenta una sarta de pelotudeces durante 
          96 minutos.
          Live es una especie de documental ficticio donde se retrata 
          cómo una productora desarrolla el reality más 
          idiota en la historia de la TV.
          Cinco personas compiten por cinco millones de dólares 
          en la ruleta rusa.
          El que aprieta el gatillo y se vuela la cabeza pierde. El 
          resto se queda con la plata.
          Al estilo Cloverfield una cámara nos muestra cómo 
          la productora logra sacar este proyecto adelante.
          Si se hubiera tratado de una sátira de humor negro 
          sobre la televisión de la actualidad este comentario 
          hubiera sido muy distinto.
          Sin embargo, el director Bill Guttengag, quien debería 
          seguir trabajando en el género documental donde hizo 
          cosas interesantes, plantea un film dramático construido 
          con situaciones totalmente inverosímiles.
          En la vida real el personaje que interpreta Eva Mendes hubiera 
          sido echada en menos de 15 días de cualquier canal 
          o productora (especialmente en estos tiempos de crisis), ya 
          que es una máquina humana de desperdiciar recursos 
          económicos.
          Lo cierto es que la protagonista amparada en el derecho a 
          la libre expresión consigue que la Corte Suprema de 
          Justicia de los Estados Unidos le permita hacer el programa. 
          Un delirio total.
          Esa es tan sólo una de las tantas incoherencias del 
          film.
          En 1987, cuando ni siquiera existía el concepto del 
          reality show, Carrera contra la muerte, con Arnold Schwarzenegger 
          exploró mucho mejor el tema de la televisión 
          sin límites y la fascinación del público 
          por el morbo.
          La historia, basada en un cuento de Stephen King, presentaba 
          un reality donde un grupo de condenados a muerte competían 
          en una carrera a pie por sus vidas.
          Si llegaban a la meta se les conmutaba las penas. Claro que 
          antes tenían que enfrentarse a gladiadores armados, 
          que eran idolatrados por el público, cuya tarea consistía 
          en matar a los presos.
          Ahora bien, si nos olvidamos por unos minutos de todas las 
          cuestiones morales y éticas que plantea esta idea, 
          la realidad es que ese programa es mucho más viable 
          que el reality que propone Live.
          Si de los cincos participantes que compiten en la ruleta rusa, 
          el primero en disparar se matara, el programa sería 
          prácticamente un flash televisivo.
          Así fuera lícito y socialmente aceptable que 
          la gente se suicidara frente a las cámaras el programa 
          no saldría al aire porque es inviable desde el punto 
          de vista comercial. 
          En el film del director Guttengag todo está tan tirado 
          de los pelos que su trabajo no resiste análisis.
          La película fue anunciada como el film que en Estados 
          Unidos no se atreven a exhibir cuando la realidad es que no 
          consiguieron estrenarla por motivos económicos. De 
          hecho, en los países donde se exhibió pasó 
          sin pena ni gloria por las salas.
          Me cuesta mucho creer que los grandes ejecutivos de las principales 
          cadenas de televisión puedan sentirse intimidados por 
          las situaciones que se recrean en Live. 
          Hasta la parte donde finalmente se ve el reality, la película 
          es aburridísima y no ofrece otra cosa que conversaciones 
          y reuniones de trabajo que tienen los personajes principales.
          La televisión no es un medio diabólico como 
          propone este film. Si bien se hacen a diario cosas patéticas 
          en todo el mundo, también hay un montón de buenas 
          producciones de entretenimiento y educativas donde cada espectador 
          elige si se engancha o no con las distintas propuestas.
          Si buscan una buena sátira sobre la tele de estos días, 
          alquilen American Dreamz con Hugh Grant que es mucho más 
          ácida y entretenida y trabaja mejor este tema..