Robot salvaje

Luego de una incursión fallida en el cine live action, con la decepcionante adaptación de La llamada de la selva, el director Chris Sanders se redime con Robot salvaje.

El creador de Lilo y Stich retoma el género de su especialidad para desarrollar una simpática propuesta de ciencia ficción y aventuras que consolida un gran momento de los estudios Dreamworks.

La compañía apuesta nuevamente al híbrido entre el CGI y la animación tradicional que rescata el espíritu más artesanal de este arte con los diversos paisajes pintados a mano.

Desde los aspectos técnicos Sanders presenta una obra cautivante con escenarios variados que recuerdan el estilo de los primeros filmes de Disney y las obras de Hayao Miyazaki, como El castillo en el cielo.

Sobresale también la fotografía preciosa de Chris Stover, cuya labor ya se había destacado en Kung Fu Panda 2 y Cómo entrenar a tu dragón.

Aunque la trama es menos compleja que la última entrega de El gato con botas desarrolla una historia sencilla sobre familias disfuncionales que conecta fácilmente con  público infantil.

En esta oportunidad la productora no tomó demasiados riesgos artísticos y apostó a lo seguro con animalitos chistosos y conceptos que ya vimos en otras propuestas hollywoodenses de este estilo.

El argumento por momentos parece un compilado de una serie de televisión que fue resumida para la pantalla grande.

Por momentos queda la impresión que los 92 minutos de duración quedaron demasiado cortos.

El vínculo entre los personajes principales se siente acelerado y cerca del final aparece de la nada un villano que tiene la función de justificar las secuencias de acción del clímax.

Con un poco más de tiempo, estas cuestiones podrían haberse explorado con mayor profundidad.

A pesar de esas debilidades Robot salvaje se destaca por su belleza visual y una historia conmovedora que no recurre a la manipulación sentimental.

En definitiva, una sólida propuesta familiar de Dreamworks que sobresale entre los títulos de animación más destacados del año.

Qué lindo cuando una película te llena el corazón, te inspira, te hace reflexionar y, por sobre todo, te hace disfrutar más la vida.

Escribo estas palabras siendo una persona que ve cine desde muy chico y que lo analiza de manera profesional desde hace casi dos décadas. Pero hace dos años que soy padre.

Eso ha cambiado cierta perspectiva en ciertas historias que he visto, pero ninguna hasta ahora me había pegado de la manera en la cual lo hizo Robot salvaje.

La película es, en esencia, un retrato sobre la relación madre-hijo y todas sus complejidades desde el nacimiento y los primeros tiempos hasta que -metafórica y literalmente- aprende a volar.

Los más niños disfrutarán de la acción física, pero serán los adultos los que no darán abasto para secarse las lágrimas por lo emocionante y bien logrado que se narra todo.

Chris Sanders, quien ya había demostrado grandeza con Lilo y Stitch (2002) y Cómo entrenar a tu dragón (2010), brinda la mejor producción de Dreamworks desde Shrek (2001). No hay discusión alguna al respecto.

El nivel de ingenio, sutileza y perspicacia que maneja es equiparable a los grandes hitos de Pixar y hay un claro norte ahí.

No tengo duda alguna que el germen de este film nació viendo Wall-E (2008), pero aquí en lugar de hacer una historia de amor, fueron hacia la familia.

Las voces de Lupita Nyong’o, y Kit Connor, enamoran. Y Pedro Pascal siempre excelente. Asumo que la versión doblada mantendrá la calidez.

Te metés por completo en ese mundo, aunque sea loco e imposible.

Te dej+as llevar.

Vayan a ver Robot salvaje, háganse ese regalo. La mejor película animada del año y de las mejores de los últimos tiempos.