Son pocos los hitos de fan cinéfilo que recuerdo acerca de mi propia primera infancia.
Ver en cine Superman IV (1987) antes de comprender que era muy mala, o la fascinación y delirio que sentí dos años más tarde cuando mi papá me llevo a ver Batman de Tim Burton.
Nací en 1983, mismo año en el que se estrenó El Regreso del Jedi, por lo tanto, a esta franquicia la conocí mediante VHS y merchandising. No necesariamente en ese orden.
A mediados de los 90s no solo era un fan con todas las letras, uno que había visto decenas de veces aquella trilogía, y que deseaba que los lightsables realmente existiesen. Sino que también estaba en pleno conocimiento de aquella locura que George Lucas quería hacer: Filmar y estrenar los Episodios I, II y III en el nuevo siglo.
Previo a eso, en 1997 se reestrenó la trilogía original, remasterizada y con varios agregados. Y como ahí ya era preadolescente, lo viví a flor de piel con toda mi familia.
De repente llegó 1999, la emoción por Episodio I era incontenible, y al mismo tiempo tan fuerte que hizo que aguantara no ver la película pirateada, tal como se vendía en el Parque Rivadavia, debido a los dos meses de diferencia entre su estreno en USA y el local.
Así que un miércoles de julio (preestreno) faltamos al colegio con un grupo de amigos, y con las entradas en los bolsillos que ya las teníamos hace semanas, ocupamos una butaca en la historia, nuestra historia, tal cual era para nosotros.
Me acuerdo, y aún se me pone la piel de gallina, lo que sentí cuando sonaron los acordes de John Williams.
Siguieron sus dos secuelas, varios videojuegos, merchandising a granel y varias polémicas.
Por suerte, el tiempo ubicó a las precuelas en un lugar de cariño.
Y así, durante muchos años pensamos que no íbamos a ver nunca más a estos personajes en la pantalla grande…
Hasta que un día se anunció que Disney compró Lucasfilms en una suma astronómica y que se vendrían los episodios VII, VIII y IX, entre otras cosas.
Misma emoción (pero ya de adulto) cuando en 2015 volví a escuchar esos acordes en una sala de cine. Pero ahora como periodista especializado.
En ese momento volví a afirmar que en esos casos mi imparcialidad no existiría, y que iba a utilizar eso como atributo.
El grito que pegué casi en el climax cuando sucede algo con Han Solo (con Chandler y Hugo como testigos) dio fe de ello.
Y tras la gran grieta que causó The Last Jedi, había mucha expectativa hacia lo que se pudiese revelar del nuevo (y último) episodio.
Así me encontró Chicago, lugar elegido para que ocurriera la nueva Celebration, y el vigésimo aniversario de la misma
Tuve la gran fortuna que Disney Argentina, me seleccionara, junto a otros colegas de otros medios, para viajar y cubrir el evento.
Al principio, la única comparación que podía hacer era con la New York ComicCon, por la magnitud y disposición de stands (aunque la NYCC es el doble de grande).
Luego me di cuenta de algo muy obvio: esto era solo de Star Wars.
No iba a encontrar superhéroes ni personajes de otros fandoms.
Cientos de metros cuadrados dedicados a todo tipo de artículos de SW, cosplayers de Jedi, Stormptroopers, Sith, Jawa o el personaje que se te ocurra. Bien fiel o con variantes.
Familias enteras, tres o cuatro generaciones caminado los pasillos. Un abuelo mostrándole a su nieto las figuras de la marca Kenner que él había poseído cuando tenía su edad.
Concursos, trivias, marchas, acciones solidarias y mercadería para todos los bolsillos.
Podías comprar un pin por u$s 3 o una prop autografiada por u$s 20.000.- o incluso hacer encargos aún más caros.
Sin embargo, las atracciones principales no eran estas, sino los paneles, y uno en particular.
Se presentó Episodio IX: The rise of Skywalker.
Luego de casi una hora en la cual Kathleen Kennedy, presidenta de Lucasfilms, JJ Abrams, director de este nuevo episodio (y del VII), y el elenco compuesto por: Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Anthony Danniels, Kelly Marie Trann, Naomi Ackie, y el legendario Blly Dee Willimas, hablaron lo que podían sobre la nueva entrega, con mucho humor.
Luego, se apagaron las luces, se proyectó el trailer, aquel que termina con una carcajada muy particular -y muy icónica- pero que los fans no podíamos creer.
Y para disipar dudas, se prendieron las luces, y subió al escenario Ian McDiarmid (El Emperador Palpatine) y dijo con su muy característica voz: “Roll it again” (pásenlo de nuevo), y así fue, y el público estalló.
No pude contener las lágrimas, me sentía muy a gusto, como en casa, con algo que amo desde siempre, y que ahora, de alguna manera, formaré parte de ello.
Si bien lo que siguió en los días venideros no superaron ese momento, destaco la presentación de The Mandalorian, la primera serie live action de la saga que irá para la plataforma de straming Disney +, y la presentación del parque Galaxy Edge, que abrirá sus puertas en los próximos meses tanto en Orlando, como en Los Angeles.
Pero pese a toda esta parafernalia, incluso mis propias lágrimas, me quedo con los detalles y con algo que terminé de comprender:
Star Wars es mucho más que una franquicia, y pese a su capitalismo extremo, ha generado algo puro y único: un sentimiento, una pertenecía y una hermandad.
El Maestro Yoda alguna vez dijo que La Fuerza provenía de todos los seres vivos en la galaxia, que los rodeaba y los penetraba, que había un balance.
Algo de eso pude sentir cuando me sentaba a observar a las familias, no a La Fuerza claro, pero sí que todos estábamos unidos por algo más que la tangibilidad, había algo ahí, algo muy difícil de explicar.
Eso es Star Wars, y todo esto lo vivido por un periodista, que resulta que también es fan.
Por Matías Lértora