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Entre tantas superproducciones de animación computada
hollywoodenses que suelen brindar más de lo mismo,
este jueves llega a los cines un pequeño milagro que
nos recuerda por donde pasa realmente la magia de los dibujos
animados.
Ponyo y el secreto de la sirenita es la última joya
de Hayao Miyazaki, quien para mí se convirtió
en el Clint Eastwood de la animación.
A los 67 años, cuando muchos artistas disfrutan de
su retiro este maestro del cine sigue brindando, siempre dentro
de su estilo, trabajos espectaculares que nos brindan una
experiencia fantástica en la pantalla grande.
Su nueva película es una historia especial, ya que
a diferencia de sus últimos trabajos, esta propuesta
estuvo claramente pensada para el público infantil.
Es como que Miyazaki bajó unos cambios con sus locuras
para presentar un cuento de hadas que tranquilamente puede
ser disfrutado por niños de 4 o 5 años.
Es decir, los chicos pueden seguir esta historia con mucha
más facilidad que El increíble castillo vagabundo,
El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro, que presentaban tramas
más complejas para los espectadores de esa edad.
Ponyo básicamente es la particular interpretación
de Miyazaki sobre el clásico cuento de Hans Christian
Andersen, “La Sirenita”.
Claro que el film esté encarado hacia los más
chicos no quiere decir que la magia de este grosso del cine
haya desaparecido.
Si bien dentro del animé me gustan más otros
realizadores como Yoshiaki Kawagiri (Ninja Scroll), Shinichiro
Watanabe (Cowboy Bebop) o Mamuro Oshii (Ghost in the Shell),
que trabajan por lo general historias más intensas
y violentas, el cine de Miyazaki me sigue encantado por sus
tremendos despliegues de creatividad.
Sus películas (y Ponyo no es la excepción) brindan
tremendas experiencias surrealistas que nos transportan a
esos increíbles mundo imaginarios que durante 100 minutos
te hacen olvidar por completo que estás sentado en
la butaca de un cine.
En pleno 2009 poder disfrutar de un film que presenta 170
mil fotogramas pintados a mano con acuarelas es un lujo que
nos permite conectarnos con el verdadero alma de la animación
que poco tiene que ver con las últimas tecnologías
de la computación o el formato de tres dimensiones.
Ponyo es un ejemplo magnífico de sutileza.
Es una historia tierna, pero no llega ser melosa, tiene un
marcado mensaje ecológico, pero no te abruma con panfleto
moralistas y los personajes dentro de las locuras que suele
presentar Hayao están bastante moderados como para
que los chicos no se dispersen demasiado.
Los escenarios están repletos de detalles y a más
de uno le van a dar ganas de quedarse, cuando termine el film,
en ese pueblito pesquero donde transcurre la trama.
La escena en que Ponyo corre sobre las olas es un momento
impresionante y te vas arrepentir después si la dejás
pasar en el cine.
Me encantó el cuento de Ponyo y Sosuke y junto con
Coraline es una de las grandes películas estrenadas
este año (al menos por ahora) en materia de animación.